Las lecciones de Serrat


De las muchas lecciones que nos ha dado Serrat a lo largo de su vida me quedo con la última y quizás más grande de todas. Será porque su niñez sigue jugando en la playa, como si el tiempo no pasara por él, como si su voz no se hubiera manchado de mundo como se ha enfangado el mar al que con tanto tino cantó, será por todo esto que Serrat tuvo el tiempo, la calma y la pausa para sentenciar en plena rueda de prensa del año pasado aquello que dijo cuando anunciaba lo de que le habían declarado un cáncer (del que ya se curó, gracias a Dios). Les dijo a los periodistas para que tomaran nota: “No es lo que te pasa, sino cómo te tomas lo que te pasa”. Así, sobre el papel, podría ser una frase de tantas, como de manual de autoayuda o de cabecera de rotativo
amarillista-sabiondo, pero él lo decía con el semblante a un tiempo grave y sereno, mirando de frente a lo que le estaba llegando, como quien mira a lo desconocido sin un pestañeo. Con valor. Y ese valor no se hace en un día. Es la valentía de toda una vida la que allí expresó.
Ahora que el geriátrico se ha trasladado a los escenarios y las UVI’s móviles esperan a las estrellas sexagenarias a pie del tajo; en estos tiempos extraños en que ves micrófono en mano a abuelos que cantan su rebeldía contra un sistema que ellos mismos ya son, hay voces como la de Serrat que se alzan sobre la algarada ya ronca de estos millonarios disfrazados de peterpanes y suena tan fresco y henchido de verdad como treinta años atrás, cuando siendo joven (Serrat) le prestaba voz y acordes a Machado. O como cuando se negó a no cantar en catalán en Eurovisión. Ya entonces él se encaramó a la eternidad, y ahí sigue, mientras los demás pasamos, haciendo camino al andar. Leí también de Serrat que a la presentación de uno de sus discos asistieron, como si nada, ministros del PP y ex ministros del PSOE, y gente de la movida, artistas y empresarios de pro. Y allí debieron charlar a gusto de lo que tuvieran en común. Aglutinar opuestos no es cosa común, pero sí que es cosa del arte, ese que es “pura vida, que es puro fuego, que es puro fuego” según el mismo Machado. En ese lugar ignoto edificó su casita este catalán que canta en español (o en catalán) cuando le viene en gana, para lección de muchos catalanistas de esos que se llaman Juan Palomo y firman como Joan Colom.
Debe ser que la vida del artista, que es de suyo errabunda –hoy aquí, mañana en Perú–, deja las fronteras mentales-lingüístico-políticas donde de verdad están, que es en los presupuestos generales del Estado y no en la canción que aspira a ser arte. Llama también la atención de Serrat su ausencia de pose. Bueno, alguna tendrá. Pero ni bombín ni botines, ni alas de ángel caído ni pantalones ceñidos de rayas. Sólo una camisa y un pantalón. Ah, y el micrófono. Y la voz. El aplauso general será por ese no quererse mover de hacer lo que sabe hacer, cantar sin tonterías. Porque cantar de verdad, sólo cantar, ya es mucho, sobre todo si acaricias con tus letras el corazón del auditorio que al oírte recuerda su vida cuando tú les cuentas un trocito de la tuya. Sin más. Ayer cantó en Granada, acompañado, creo. Será que Serrat le tiene cariño a la ciudad, porque le pilla siempre de paso en las giras. Se agradece. Deberían darle una distinción, o alojarle en la Alhambra, o algo así grande, porque este hombre lo ha dado todo (el trabajo, el tiempo, el esfuerzo, la voz).
Porque, por sobre todas las cosas, este hombre ha dado, en cada canción, su vida y amor. Y ese regalo sólo se paga con el aplauso, de pie, en cariñosa ovación.

Al pie de la Vela. La Opinión de Granada. Opinión pg. 22.
Miércoles, 12 de septiembre de 2007.

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